La huella ecológica del sonido

Daniel Lofredo Rota
Los procesos de grabación musical siempre han estado ligados a la explotación de recursos naturales. Antes de la era de explotación petrolera, la producción musical dependía de productos del reino animal. La cinta magnética analógica, considerada por muchos como el medio de mayor fidelidad para el almacenamiento de sonido, fue desde su invención, hasta el día de hoy, lubricada por grasa de cetáceos.

En la primera mitad del siglo XX, las grabaciones de música se hacían en rollos de cera de abeja, que luego eran impresas en discos hechos a base de goma laca, o shellac, una secreción resinosa de la hembra de un escarabajo tailandés llamado lac, también conocido como el gusano de la laca. Hasta 1938, esta goma laca fue utilizada para hacer discos para gramófono de 78 revoluciones. Sin embargo, cuando emergieron los primeros discos hechos a base de vinilo, su uso terminó por descontinuarse en la década de 1970. Estos discos no veganos eran libres de petróleo, y representaban un método de producción relativamente sostenible, pero la goma laca era muy frágil, por lo que la mayoría de los discos no sobrevivieron al paso del tiempo. El proceso de grabar en cera e imprimir en laca fue el precursor del desarrollo industrial a base de PVC que se utiliza en forma masiva hasta el día de hoy. Con el paso de las décadas, el proceso se transformó de algo cuasi artesanal, fabricado a base de secreciones de insectos domesticados, a uno masivo e industrial basado en el plástico y la producción en masa. En los setentas, el uso de derivados del petróleo como el PVC se volvió el estándar de la producción discográfica y permitió una masificación que transformó el paisaje cultural global de forma permanente. Los discos y la música se volvieron objetos de consumo masivo y permearon las jerarquías de la cultura, metiéndose hasta en sus más recónditos lugares. 

En Ecuador, las exploraciones petroleras ya llevaban varias décadas antes de lograr extraer el primer barril desde el nororiente amazónico. Perseguir ese sueño tomó casi veinte años de exploración. Con el boom petrolero nuestro país se encontró con mucho dinero en las manos. Los años setenta representaron un gran crecimiento económico para el país. Las migraciones masivas del campo a los centros urbanos provocaron el surgimiento de una clase media que creó las bases para el consumo de bienes, en su mayoría importados, que simbolizaban el progreso hacia la vida moderna. En términos musicales, de repente, había un mercado para vender y comprar nuestra propia música, llegaron los tocadiscos a las casas y las personas empezaron a cultivar un gusto cosmopolita por los sonidos del mundo. En 1967 se creó la primera fábrica de discos en la Sierra ecuatoriana, FADISA, empezando así un capítulo importante de la historia discográfica del país.

Musicalmente, el petróleo transformó nuestro sonido: de un sonido agrario y campestre, a uno que participaba en la conversación global de una manera diferente, ya no como un pueblo que añoraba la tranquilidad del pasado, sino como uno que se buscaba en el futuro y en la globalización. Incluso llegamos a ser vanguardia, aunque brevemente y de manera insostenible por la inestabilidad económica de nuestra economía ligada al valor fluctuante del barril de petróleo. En los setenta nació la cumbia ecuatoriana, en la que se destacaron los experimentos de Polibio Mayorga, quien se convertiría en el primer latinoamericano en utilizar el sintetizador Moog con su éxito La Minga, publicado en 1975 y grabado en la más alta calidad disponible en ese momento, posibilitado en parte gracias al excedente de recursos creado por la crisis de la OPEP.1 Ese mismo año, también nació el sonido fusión del San Juanito-Cumbia. Emergieron bandas de rock y de baladas que usaban trajes enterizos de vinilo con lentejuelas, como el grupo Karabana, impulsando así un mercado local que ofrecía más que solo el sonido tradicional de la música nacional. La automatización llegó a nuestro universo musical en forma de rocola y es gracias al boom económico que empezamos a ver las sombras de un Ecuador más cosmopolita que se siente parte de la conversación musical global. Por otro lado, el petróleo democratizó la producción musical al punto de que empezaron a surgir las primeras producciones de música indígena grabada por indígenas, para un público indigena.

A principios de los setenta, llegó a Ecuador el etnomusicólogo francés Chopin Thermes, quien empezó a visitar comunidades rurales aisladas con su grabadora portátil. Se especializó en grabar música autóctona sin importar su distancia de los estudios de grabación de la capital. Se radicó en la provincia de Imbabura, caminaba de comunidad en comunidad grabando a los músicos de cada localidad que visitaba. Así tejió una red comunitaria de músicos que se consolidó en el grupo Ñanda Mañachi. Publicado en 1977, su primer disco también titulado Ñanda Mañachi fue grabado in situ en localidades de Imbabura donde no llegaba la tecnología musical. Ecuador se vuelve pionero en producir discos de música indígena con el lanzamiento de Churay Churay, en 1983, que funde las influencias de los mitimaes bolivianos y sus descendientes ecuatorianos en Imbabura en un disco que traspasó las fronteras de los Cuatro Suyos para llegar a una identidad indígena más inclusiva, que trascendía el estereotipo de los Incas como amos y dueños eternos de los Andes. Esto marca el comienzo de una ola de intercambio musical, cultural y económico entre Europa y las comunidades indígenas de Ecuador que se establece irrevocablemente en los ochentas y continúa hasta el día de hoy. 

El boom petrolero se traduce a un boom en la industria musical: los mercados se diversifican y empezamos a notar la diversidad de voces que conforman al Ecuador de la segunda mitad del siglo XX. Esta diversificación nos da los primeros discos de música afroecuatoriana en los ochenta: Milton Tadeo, los Hermanos Congo y el Grupo Juventud Valle del Chota, a partir de las cuales empezamos a escuchar la voz de las comunidades más marginalizadas de nuestro país.

Irónicamente, estos procesos de generación de identidades colectivas y democratización de los medios de expresión y comunicación musical han estado ligados desde siempre a un sistema extractivista e industrial. De repente aparece un fantasma de la petro-economía en la letra de alguna canción, que nos da una ventana a los eventos que rodeaban esta expansión energética. En la bomba Lindo Carpuela, atribuida a Milton Tadeo, impresa en vinilo en 1984, se menciona sin mucho detalle una migracion laboral al Oriente, a trabajar, y no son pocos los temas que en su letra o título hacen homenaje al oro negro. Las fluctuaciones en el valor del petróleo tienen una correlación directa con la estabilidad de la industria. Cuando los precios subían, incrementaba el poder adquisitivo de la clase media ecuatoriana y por ende las ventas de discos. Esto daba lugar a una bonanza en las que las producciones eran extravagantes y experimentales. Inversamente, cuando el precio del petróleo bajaba, también lo hacían los precios de producción al igual que la capacidad adquisitiva del ecuatoriano promedio; la baja de los precios del petróleo hubiera provocado un crecimiento en la oferta lo que también significaba una baja en la demanda de bienes derivados del petróleo. 

En 1986, el precio del petróleo bajó a menos de la mitad de su promedio de toda la década anterior y FADISA, la planta más grande de producción discográfica de la sierra ecuatoriana, se vio obligada a cerrar sus puertas para convertirse en una planta de producción de tarrinas plásticas. Hoy por hoy, esas mismas tarrinas y miles de otros productos plásticos llenan los vertederos de basura en el país y llegan flotando en islotes gigantes de basura a nuestros océanos. Los productos plásticos se han vuelto la evidencia más clara de la insostenibilidad de nuestra cultura de producción masiva y explotación de combustibles fósiles.  

En su lado positivo, la cultura masiva convirtió al planeta en una aldea global y creó una oferta mucho mayor de productos musicales que, en algún sentido, democratizaron los procesos culturales al arrebatarlos a las elites, pero, por otro lado, la producción cultural masiva creó estructuras de consumo que en nuestro siglo nos han llevado hacia la catástrofe y a enfrentarnos a la verdadera posibilidad de nuestra propia extinción. Pero también es muy difícil imaginarse una alternativa real. Como músico y productor, mi trabajo sería imposible si no fuera por la democratización de los procesos de producción que comenzó con la producción de discos de PVC y culminó en la producción digital. Las alternativas en ese entonces no eran mayormente ecológicas; si hubiéramos masificado nuestra cultura a base de lubricantes de grasa de ballena, goma de laca y cera de abejas, los retos ecológicos a los que nos enfrentamos serían distintos, sin duda, pero no mucho menores. Quizás el problema no sean los métodos en sí, sino la escala en la que los usamos; incluso nuestras vidas digitales están construidas sobre una infraestructura informática que consume energía que proviene del petróleo, del gas natural, y sus derivados no sostenibles. Es decir que hasta un MP3 deja una huella de carbono en nuestra atmósfera, aunque esta sea menor. La Industria Musical global, con mayúsculas, está llena de viajeros frecuentes que dependen de la aviación accesible y barata para hacer sus negocios. 

Pero lo cierto es que no acertamos por ningún lado al no usar a las ballenas en nuestros procesos musicales, extendemos su vida por un siglo, pero al mismo tiempo, nuestro destructivo apetito consumista tiene a esas mismas ballenas nadando en un mar de basura en el que no pueden distinguir entre comida y veneno. Es posible que seamos testigos de la desaparición de las últimas ballenas salvajes, en este caso no por nuestro uso de sus preciados lípidos, sino más bien por nuestra negligencia plástica. Desde una perspectiva consecuencialista, no existe una solución para el dilema en el que nos hemos metido. Creamos el mundo digital, y en vez de dejar el PVC en el pasado, lo hemos fetichizado de tal manera que parece que jamás vamos a dejar de consumirlo. ¿Será que los discos flotan? ¿Será que hay música ecuatoriana en la gran isla de basura del pacífico norte? Quizás sea esa la prueba más contundente de nuestra relevancia cultural en el futuro apocalíptico del capitalismo tardío.

A pesar de que Ecuador se volvió productor de petróleo en 1972, nunca llegó a ser un país con las capacidades industriales para procesar este producto y convertirlo en sus miles de derivados. Entonces, queda la duda: ¿Será que somos, en realidad, un país productor de petróleo? ¿O un pozo más para la explotación global? ¿O un país industrial que explota sus recursos para su propio desarrollo? O quizás seamos algo más parecido a una ballena: un animal hermoso y salvaje cuya belleza oculta una valiosa capa de grasa que solo puede ser explotada a través de una violencia espectacular que eventualmente nos hará desaparecer para siempre. Una hermosa bestia envenenada por las ilusiones del futuro.
1   La crisis de la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo) fue una crisis energética causado por un embargo al petróleo liderado por Arabia Saudita, en el que se restringía acceso a las reservas combinadas de la OPEP a países y organizaciones que habían apoyado a Israel durante la guerra de Yom Kippur. Iniciado en 1973, el embargo causó un estrangulamiento al suministro global energético y un alza de precios masiva que tuvo repercusiones políticas y económicas importantes. 

Biografía

Productor de música electrónica, artista multidisciplinario, archivista, DJ e investigador especializado en la música ecuatoriana de la segunda mitad del siglo XX. Como productor ha explorado las vanguardias de la música electrónica latinoamericana bajo el seudónimo de Quixosis. Lofredo Rota lidera la restauración y digitalización del archivo de la disquera CAIFE, fundada por su abuelo, que permaneció enterrada bajo materiales de oficina durante 50 años. La reedición del catálogo CAIFE ha sido publicada por la disquera inglesa Honest Jon’s. En el 2021 co-creó y guionizó el podcast Sonido Perdido, que cuenta en detalle la historia de la restauración de dicho sello, transmitido y publicado por Spotify Studios en el 2022. Tiene un programa mensual en la radio inglesa WorldWide FM.

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