Por una extraña razón en mi vida, una canción se instala en mi cuerpo y mente para acompañarme todo el día. Curiosamente, es una canción que no escucharía, no está en mi lista de reproducción ni en mis registros. Con frecuencia, las letras se acomodan, algunas palabras cambian, y sin saber cómo ni por qué, resuena en mí una nueva interpretación.
El día que me senté frente al teclado para escribir este artículo, al ver las fotos, revisar los artículos y los productos comunicativos sobre la contaminación petrolera, tarareaba la canción Mi Buen Amor de Gloria Stefan. Sin embargo, cuando sonaba en mi cabeza, los “amores” eran “dolores” y los “amores de los buenos”, se cambiaron a “los dolores de los malos, como tú”. Con las debidas disculpas, transcribo la canción como yo la escuché:
Hay dolores que se esfuman con los años. Hay dolores, y su llama sigue viva. Los inciertos, que son rosa y son espinas. Y hay dolores de los malos, como tú.
Hay dolores que se siembran y florecen. Hay dolores que terminan en sequía. Los que traen desengaños en la vida. Y hay dolores de los malos, como tú (…)
Hay dolores que nos llevan al abismo. Hay dolores que jamás se nos olvidan. Los que dan mucha amargura y desconcierto. Son dolores de los malos como tú.
Los dolores de la selva retumbaron en mi cabeza por largo tiempo y me conmovieron una y otra vez. Hay dolores que se esfuman con los años, canté, sin embargo, en el recorrido que hice al revisar la literatura, viendo nuevamente las fotos y escuchando los testimonios, volví a estar en esos sitios contaminados, a revivir lo acontecido. Hay dolores, y su llama sigue viva, como sigue combustionando la llama de los mecheros que queman gas, producto de la extracción del petróleo. Al revisar el caso de las niñas y adolescentes, ese dolor aflora, una vez más .
Nunca olvidaré la marcha de la Campaña Amazonía por la Vida, creo que era el año 1988, cuando vestidas de trabajadores petroleros bajábamos por la calle Guayaquil, en pleno Centro Histórico de Quito, Patrimonio de la Humanidad, anunciando, a quienes nos miraban atónitos, que allí se iniciarán excavaciones, pues se había encontrado petróleo. Con la marcha queríamos crear conciencia sobre las implicaciones que tendría la explotación petrolera por parte de la compañía petrolera Conoco en el territorio Waorani. Queríamos que tuvieran la sensación de lo que implica que le allanen su casa. Recordando esos momentos intensos, creo que allí nació la campaña para Salvar el Yasuní. Poco después, con una imagen ambientalista, vino la Maxus, cuyo objetivo y práctica no eran mejores, por ello en una editorial les advertimos y les dijimos “Maxus, yo ya te Conoco”. 1
A inicios de la década de los noventa, múltiples estudios evidenciaron lo que ocurría en la Amazonía ecuatoriana. Se puso al descubierto cómo había operado la compañía petrolera Texaco; de qué manera la mala práctica petrolera aplicada por esta compañía, había contaminado los esteros, ríos y la tierra en la que los campesinos sembraban café, yuca y plátano. Muchas fincas quedaron destruidas, muchos territorios indígenas deforestados y contaminados.
Se empezaron a hacer registros, a presentar reportes, estudios e investigaciones relativos a la contaminación. Gran cantidad de información se levantó y puso de manifiesto todo el impacto socioambiental que la Texaco generó en la Amazonía ecuatoriana. Estas pruebas fueron el sustento que dio paso al juicio contra la Texaco, liderado por el Frente de Defensa de la Amazonía.2
Una vez más me conmueve evidenciar la magnitud del impacto que generó la mala práctica petrolera del Texaco en Ecuador a través de los relatos de la gente, la revisión bibliográfica, los datos y las conclusiones. Duele, es espeluznante. Sigue la canción: Hay dolores, y su llama sigue viva. Los inciertos, que son rosa y son espinas. Y hay dolores de los malos, como tú.
Revivir el dolor de la selva, reconocer mis sensaciones y emociones, identificarlas y tratar de canalizarlas y compartirlas, me obliga, una vez más, a recoger los pasos, volver a reconocer lo que esta tragedia socioambiental generó y las consecuencias de ello. Me pregunto qué sensaciones y emociones tiene usted al ver estas fotos, tomadas a inicios de 1990.
La Amazonía es un símbolo nacional y global, un ecosistema frágil, vital para el planeta, pero aún más importante, se trata del territorio de pueblos y nacionalidades indígenas. Para quien vive en la ciudad, la selva puede ser remota, desligada de nuestras vidas. La relación que establecí con la Amazonía inicia con mis estudios en biología, los cuales obligaban a estudiar sus detalles a través de cuadrantes de vegetación, de participar en censos florísticos y faunísticos, de madrugar para observar aves, ir a explorar refugios naturales y encontrar animales en los saladeros, esteros y rincones recónditos. Dichos estudios me permitieron entender y escuchar a la selva, reconocer sus amores y sentir sus dolores. Amores que cuando lograban descifrarse eran cautivadores, mágicos y sobrecogedores. Sobrecoge la majestuosidad de la selva, su extensa diversidad y ese verde continuo de vegetación, que sin duda conmueve, sobre todo, dónde la selva sobrevive. Esos amores, al descubrir la mala práctica petrolera, se convirtieron en dolores.
A inicios de los noventas, un colega me invitó a dar unas charlas en el Colegio Pacífico en Sucumbíos. Durante el fin de semana insistió en mostrarme la contaminación petrolera. Visitamos varios campos petroleros: Sacha, Guanta, Los Tetetes, entre otros. Esta visita cambió totalmente mi visión de la selva, las imágenes maravillosas se convirtieron en imágenes de dolor y terror. Mis ojos no podían creer lo que veían. Me sentí desolada, impotente; la contaminación estaba por todas partes. Eran imágenes de muerte; el impacto social y ambiental era tremendo. Ante ello, me quedé en un rincón sin hablar, tratando de negar esas imágenes de terror y asumir que no eran ciertas. Desafortunadamente no era así. Hay dolores que se siembran y florecen. Hay dolores que terminan en sequía.
Ahí estaba con la gente, alrededor de los pozos petroleros, de las piscinas con el agua de formación y producción3, de los derrames que fluían a los esteros, sembrando muerte y desolación. En silencio trataba de asimilar esa realidad al evidenciar esta tragedia. Me alejé por un momento de la gente y con el corazón encogido, lloré y lloré.
El libro Las palabras de la selva. Estudio psicosocial del impacto de las explotaciones petroleras de Texaco en las comunidades amazónicas de Ecuador, señala que quienes viven ahí, lloran a menudo: lloran de tristeza las mujeres que veían los peces muertos, lloran también porque tienen miedo, porque su familia está enferma, porque vivir en riesgo constante genera ansiedad, inseguridad y preocupación permanente.
Yo sí lloro porque soy la madre de mis hijos y sí me duele bastante y tengo miedo que me digan que mi hijo tiene cáncer y a lo mejor ya no tengamos el dinero suficiente para seguir el tratamiento de toda la familia, dice una señora. Todo lo que nosotros trabajamos se va en esa enfermedad y no tenemos nada más, no va a quedar nada para nuestros hijos, ni para más tarde, solo los recuerdos. 4
Luego de sentir un dolor profundo, desde la rabia y la ira, empecé a hacer un registro fotográfico, a recorrer, preguntar, investigar. Era imposible no reaccionar frente a semejante atrocidad. Una semana más tarde regresamos para filmar cómo se hacía la limpieza de una piscina. Viví otra vez algo estremecedor. Los hombres ingresaban directamente en las piscinas llenas de crudo, sin protección alguna. Trabajaban en la limpieza de los derrames para tratar de ganarse el sustento diario. Era absurdo, no tenían ningún lineamiento técnico; por un lado paleaban el crudo y por el otro, este seguía fluyendo hacia el lado del estero. El crudo, supuestamente recuperado se enterraba a pocos metros del derrame, donde era evidente que con la lluvia irían a parar nuevamente al estero. Este trabajo hacía que ellos acabaran completamente cubiertos de petróleo. Al final de la jornada, para regresar a sus casas, se limpiaban todo el cuerpo con diésel.5
Múltiples estudios dan cuenta de las condiciones en las que la gente vive cerca de los pozos petroleros, al lado de la piscinas llenas de tóxicos y aguas de formación, yendo y viniendo por caminos y carreteras en las que se derramaba el crudo para asentar el polvo, dónde se incendiaban las piscinas con tóxicos, bebiendo y bañándose en esteros y ríos dónde era evidente que el agua estaba envenenada. Las evidencias eran visibles, palpables, cada persona con la que conversé decía estar afectada: mostraba sus ronchas en la piel, confirmaba que no tenía agua para beber, para lavar la ropa, para cocinar. Son cincuenta años de explotación petrolera y lastimosamente, no ha habido remediación. Así lo confirma un miembro de la comunidad Kichwa de Rumipamba en Las palabras de la selva:
Remediación no ha habido, solo han dejado taponando, han dejado de botar por la vía, pero remediaciones hasta aquí no han limpiado nada, han taponado pero Texaco hasta aquí nada. Taponar es que abren un hueco grande y le ponen palos encima y chatarra y tanques y después con pala les botan la tierra, cuando el agua llega a ese punto, el crudo sigue saliendo. Eso no es remediación, es taponar.6
Es grande el impacto psicológico de las pérdidas causadas por los accidentes de la mala práctica petrolera. El 65% de los encuestados mostraron sufrimiento o duelo a causa de los accidentes, mismos que destruyeron el hábitat, empeorando sus condiciones de vida:
De aquí a diez, quince años, nuestra nueva generación es un pesar, un dolor, de que nunca van a encontrar lo que encontraron nuestros ancestros, nunca van a sentir esa libertad de la selva. ¡No la van a sentir! Se pierde el contacto con la vida. Se perdió la vida, porque la selva para nosotros es eso (Carlos Pirush, Shuar, ex presidente de Yamanunka). 7
Este sufrimiento no es exclusivo del ámbito familiar, es especialmente colectivo y comunitario. La canción sigue retumbando en mi cabeza: Hay dolores que terminan en sequía. Los que traen desengaños en la vida. Y hay dolores de los malos, como tú… Los efectos económicos de los accidentes fueron notables entre los encuestados: en un 93% ocasionando pobreza y destrucción de chacras en un 87%.
Antes había producción de animales y cultivos. Se podía vivir. Había café y a veces no se avanzaba a cosechar, producía demasiado. Pero desde que empezó a regarse el petróleo, el café se secaba y el cacao se ponía negro, los animales empezaron a morirse(Mujer mestiza del Coca).8
La mala práctica petrolera genera grandes impactos socioambientales: la afectación al ambiente. ¿De qué manera condiciona o limita las práctcas en la caza, pesca y alimentación e influye en los accidentes que afectan al entorno natural, la familia y a la comunidad?
A mayor percepción de daño en el ambiente, mayor es la percepción negativa de las condiciones de salud personal y familiar. Leer la información relativa a los impactos en la salud da escalofrío y me genera un nudo en la garganta. Como mujer y madre, el impacto en la salud materno-infantil me impresionó y me conmueve hasta las entrañas. La investigación da cuenta del aumento en el número de abortos por familia a mayor grado de exposición.
Yo quiero dar un testimonio de lo que sufrí en carne propia. Yo perdí dos niños, estuve dos veces embarazada. Por haber lavado en el estero, [en el] que estaba corriendo petróleo, a los cuatro días empecé a ponerme mal y todo el cuerpo encogida y con mareos. A los tres días tuve un aborto… El médico me dijo: “Señora, usted está padeciendo de una consecuencia grave, usted vive seguramente cerca de un pozo, está bañándose en agua contaminada, por eso pierde a sus niños”. La última vez que aborté, conmigo éramos cinco, yo y cuatro vecinas en el mismo mes, era época en que el estero estaba contaminado todos los días con químicos y petróleo, eso fue en el año 1979(Mujer mestiza del Coca).9
Frente a toda esta mala práctica petrolera, múltiples estudios nos cuentan cuál fue la actuación de la compañía Texaco. Informan que se vivía un clima de inseguridad, que se actuaba con violencia, a través de amenazas, actitudes de discriminación hacia la población y conductas hostiles de parte del personal. La gente relata que había trabajo forzado para las mujeres; los testimonios que hacen referencia a la violencia sexual resultan impresionantes, dolorosos y desgarradores.
Luego de que su esposo murió, se la llevaron para que trabajara como prostituta en el campamento de Texaco. La llevaron aproximadamente tres años por diferentes campamentos. Su hermana fue violada cuando tenía trece años, en 1972 aproximadamente, en Santa Cecilia, en un recinto más arriba de Dureno. Cuando tenía ocho años fui testigo de la violación de la Sra. Marina, a la orilla del río. Me asusté porque pensé que la iban a matar y ví como entre algunos hombres la cogieron de las piernas y los brazos, la desvistieron y la violaron entre aproximadamente diez hombres. Me asusté muchísimo y salí corriendo mientras lloraba.10
Les confieso que este viaje retrospectivo me ha resultado cuesta arriba, además de hacerme revivir momentos impresionantes, me ha hecho retomar conciencia del enorme impacto socioambiental y psicosocial que sufre la población que vive en esa zona que era selva, antes de que llegara Texaco. Los dolores de la selva han estado retumbando en mi cabeza, me han puesto una vez más frente a las contradicciones que hay en la región Amazónica ecuatoriana. Los dolores de la selva hacen referencia a una zona muy rica en biodiversidad, que muestra tasas de deforestación y contaminación alarmantes; destrucción y desatención que dan lugar a los índices de pobreza más elevados del país. La Amazonía es la zona que mayores divisas genera para el país y es una de las zonas donde los gobiernos sistemáticamente olvidan, postergan y desatienden a la población y a la naturaleza. Los estudios dan cuenta de empresas que manejan capitales inimaginables, las cuales, supuestamente, manejan tecnología de punta. Sin embargo, podemos constatar las atrocidades sociales y ambientales que cometieron.
Al cumplirse 50 años de la explotación petrolera en Ecuador, muchas preguntas siguen sin respuesta: ¿Cuántas investigaciones se han hecho y han demostrado que la contaminación y la afectación de la gente son indiscutibles? ¿Cuántas investigaciones más se necesitan? ¿Cuántas denuncias más tendrá que hacer la gente para que se respeten sus derechos, sus tierras, su selva y sus vidas? ¿Cuántas hectáreas más de selva serán destruidas por la explotación petrolera? ¿Cuántos años más habrá que esperar para que las áreas afectadas se reparen?
La última estrofa de la canción nos recuerda que:
Hay dolores que nos llevan al abismo. Hay dolores que jamás se nos olvidan. Los que dan mucha amargura y desconcierto Son dolores de los malos como tú…
La Marea Negra en la Amazonía continúa y plantea la urgencia de dar inicio a una propuesta post petrolera que no genere más traumas socioambientales, que no se sustente en otra actividad extractiva: la minería. Cincuenta años de explotación de petróleo en Ecuador y hay que repetir una y otra vez: ¡No más petroDolores! ¡En la Amazonía es fundamental avanzar hacia el reconocimiento de los derechos colectivos de los pueblos y nacionalidades indígenas, así como de los derechos de la naturaleza!
Treinta años han transcurrido desde la primera vez que vi y sentí estos dolores que jamás se nos olvidan. En ese entonces mis hijas eran pequeñas, poco o nada conversé con ellas sobre este tema. Es curioso cómo las mamás, frente a estos dolores, buscamos proteger a las hijas de la realidad. Sin embargo, la realidad, tarde o temprano, sale a la luz. Hoy, por pedido de mi hija, regreso a ver y resiento este dolor, dolores que jamás se nos olvidan. Hoy ella conoce y trabaja esta dolorosa realidad.
En el 2022, ya soy abuela, BuelAna me llaman unas veces, otras VuelAna. Al igual que con las hijas, cuánta realidad quiero esconderles a los pequeños. Al acabar de escribir este artículo, en este vuelo de abuela, una nueva canción me posee e imagino que canto con mis nietas y nietos: Llévame en tus alas de Martha Gómez.
Llévame en tus alas, muéstrame otros valles, quiero ver otra tierra que no encierre dolores.
Móntame en tu cielo, tiñe la esperanza de este pueblo que sufre y quiere volver a empezar.
Llévame en tus alas, cóndor de estos Andes, quiero ver otra tierra que no encierre dolores.
1 Carta de Ana María Varea dirigida a sus amigas y compañeras de Acción Ecológica, 11 de marzo de 2009. Disponible en: https://www.accionecologica.org/anamaria-varea/
2 En febrero de 2011 la Corte Provincial de Lago Agrio falló a favor de los afectados al determinar la responsabilidad de Texaco (ahora Chevron) y ordenó una indemnización de 9.5 millones de dólares. Al año siguiente, el fallo de apelación confirmó la sentencia y a finales de 2013 hizo lo propio la Corte Nacional de Justicia. En julio de 2018, la Corte Constitucional rechazó el último recurso judicial a Chevron, poniendo fin al proceso judicial en Ecuador. Sin embargo, en 2011, la empresa consiguió que la sentencia no fuese ejecutada en Estados Unidos, sede de la empresa. Desde 2012, la Unión de Afectados por Texaco (UDAPT) ha intentado embargar, aún sin éxito, activos de Chevrón en Brasil, Argentina y Canadá para ejecutar la sentencia. A su vez, desde el 2004, Chevron ha presentado demandas ante tribunales internacionales de arbitraje en contra de Ecuador para evadir su responsabilidad y que sea asumida por el Estado. La Procuraduría General del Estado tiene hasta el 28 de septiembre para apelar ante la Corte Suprema de Holanda y evitar una millonaria indemnización a cargo del Ecuador así como impedir la ejecución de la sentencia favorable a las y los afectados.
3 Las aguas de producción se componen de aguas de formación, que provienen de las formaciones geológicas y se obtienen durante la extracción del petróleo y del agua limpia que se contamina al inyectarla a un yacimiento petrolero. Son altamente contaminantes.
4 Carlos Martín Beristain, Darío Páez Rovira y Itziar Fernández. Las palabras de la selva. Estudio psicosocial del impacto de las explotaciones petroleras de Texaco en las comunidades amazónicas de Ecuador. (Bilbao: Instituto Hegoa - UPV/EHU, 2010), 51, 95.
5 Reportaje transmitido en el programa Primer Plano, TeleAmazonas, 1990.
6 Op. Cit., Las palabras de la selva, 132.
7Ibid., 73
8Ibid., 58
9Ibid., 91
10Ibid., 125
Biografía
He sido directora, consultora y coordinadora de programas de desarrollo sostenible, conservación de la biodiversidad, y manejo de conflictos socioambientales en el Bosque protector Mindo-Nambillo, Reserva Pasochoa, Programa de Bosques Nativos Andinos y el Programa de Pequeñas Donaciones del Fondo para el Medio Ambiente Mundial PPD/FMAM/PNUD. He formado parte de la mesa directiva del Consejo Académico del Instituto de Estudios Ecologistas del Tercer Mundo, Consejo Directivo de la Plataforma Interinstitucional de Manejo de Conflictos Socioambientales, Miembro del Comité Ecuménico de Proyectos, Consejo Sur de los Global Green Funds y Presidenta del Directorio de Oikocredit.