Petróleo, Desarrollo y Sacrificio

Juan Manuel Crespo
Una lectura desde Ecuador tras 50 años de explotación petrolera
El viaje al inframundo comienza en pozos de petróleo pudriéndose al sol y siguiendo el venoso camino de sus oleoductos, desemboca en el desierto, allí donde el monoteísmo se encuentra con la Tierra y sus oscuros sueños de un futuro en el que por fin ésta podrá rebelarse contra el Sol.

Reza Negarestani (2008)
Ictus, 2022. Uno de los dibujos elaborados con tinta para tatuar. Color negro y azul y tina china plateada sobre papel plano. Dimensiones variables. Daya Ortiz Durán
¿Qué es esta sangre extraída del uku pacha, del inframundo, llamada ‘petróleo’ y cómo cambió el tiempo y el espacio terrestre para siempre? Curioso elemento es el petróleo, cualquier alquimista habría soñado con la posibilidad de crear un líquido con las características de ser un compuesto hiperenergético, transportable y acumulable, lo cual lo hace realmente único y extraordinario. Fundamentalmente podríamos describir al ‘oro negro’ como material fósil que se ha acumulado durante millones de años, es la acumulación de energía en materia descompuesta de incalculables formas de vida que ya no viven en el presente, pero que fueron parte de muchos soles pasados a lo largo de la vida de este planeta. Este mágico líquido es producto de millones de soles comprimidos y transformados en energía potencial en forma de una espesa sangre negra depositada en las entrañas del planeta, las entrañas de GAIA, de este ser viviente y resiliente que habitamos como seres humanos y que lo compartimos también con otros seres no humanos. Como sangre que es, es sagrada para la vida de este meta organismo que nos contiene a todxs, quizás de formas que aún no hemos comprendido. Sabemos que es energía de estrellas pasadas, de un pasado cósmico, y como tal es extraordinaria, pero a la vez peligrosa si no se la usa responsablemente, y aunque un poco tarde, eso estamos empezando a comprender en la contemporaneidad. 

El petróleo es un tipo de piedra filosofal que como tal ha sido venerada por distintas civilizaciones a lo largo de la historia cuando esta a menudo afloraba por sí sola desde el inframundo. Ya desarrollada la era industrial a fines del siglo XIX, el petróleo empezó a ser utilizado como el ‘recurso’ más preciado, acelerando como nunca antes la velocidad de la producción ya entrado el siglo XX, y con ello transformó para siempre los paradigmas de tiempo y espacio que la humanidad conocía hasta entonces. El ‘desarrollo’ y el ‘progreso’, como paradigmas dominantes consolidados en el mundo de la posguerra, desde la segunda mitad del siglo XX, identificarían en el petróleo al principal ‘motor’ para ‘desarrollar’ a los pueblos. Irónico resulta ver, ya bien entrado el siglo XXI, que la disputa por controlar y acumular el petróleo ha motivado las peores guerras contemporáneas en todo el planeta, incluso en nuestros países, condenando a la muerte y sufrimiento a los pueblos. Asimismo, la explotación desmedida de petróleo, liberando soles de otros tiempos, ha desencadenado la peor crisis ecológica jamás vivida por la humanidad, aniquilando a su paso todas las formas de vida terrestre y poniendo en riesgo a las próximas generaciones. 

El desarrollo y el progreso, como paradigmas cúlmenes del antropoceno, han vivido permanentemente en una dicotomía entre la necesidad del sacrificio a cambio del bienestar. Esto ha implicado dominar, usualmente sacrificando la vitalidad planetaria por el ‘bien’ de la humanidad, al menos para el bien de las élites socioeconómicas. Así, el desarrollo de la era petrolera ha identificado ‘áreas de sacrificio’ por doquier, condenando a la muerte a lo que alguna vez fueron grandes territorios y ecosistemas vivientes en el planeta, y lo más triste es que la lista de territorios sacrificables aún sigue siendo muy larga, tanto en nuestro país como en el mundo entero. Esta es la historia y la condena del petróleo, extraer el inframundo a la superficie, mal usarlo en su gran mayoría para calmar la sed de consumo y desecharlo en el cielo, las aguas y la tierra, poniendo así al mundo patas arriba, sacrificando lo vivo del presente para obtener la materia muerta del pasado, con el solo fin de acelerar el consumo del futuro. 

¿Cómo esta historia universal trastoca nuestra historia como país? En Ecuador, esta historia comenzó hace cincuenta años, cuando el gobierno militar de la época, en un acto entre poético y religioso marcial, repartió por todo el país los primeros barriles de petróleo extraídos en territorio nacional, uno por cada provincia, para que fueran depositados en urnas y así pudiera ser venerado cuál vírgenes milagrosas por la población local. El petróleo desde entonces, para la narrativa oficial, se volvió una deidad digna de adoración, puesto que este líquido ‘milagroso’ suponía el fin de la pobreza, el elíxir que nos haría superar el ‘subdesarrollo’. El petróleo se convirtió en un símbolo de esperanza ciega, de ilusión por un futuro ‘desarrollado’, es decir una imagen cuasi religiosa que exigió ‘devoción’ y ‘sacrificio’.

Son ya cincuenta años de venerar al petróleo seguros de estar enrumbados al Dorado, aquel mágico lugar donde los dioses se bañan en oro. Metáfora perfecta del imaginario colonial y también del imaginario prometido por el desarrollo y el progreso. Como toda religión monoteísta, el paradigma del desarrollo ha sido construido a través de una narrativa de verdades incuestionables respecto al bien y al mal, respecto a lo ‘sagrado’ y a lo ‘sacrificable’. Esta ilusión de desarrollarnos a través de la divinidad del petróleo, nos ha llevado también a sacrificar, durante más de medio siglo, los derechos y la dignidad de poblaciones locales que han sido empobrecidas, aculturizadas e intoxicadas. De igual forma, hemos sacrificado ecosistemas vivientes donde se han destrozado sus ciclos vitales y su biodiversidad como nunca antes. Además ha significado perpetuar cíclicas crisis en medio de un subdesarrollo perenne que nunca lo hemos dejado atrás, a pesar de que se nos ha prometido incansablemente, y se nos sigue prometiendo, que “esta vez sí lo lograríamos”. Incluso el presidente autodenominado ‘progresista’ por excelencia en el Ecuador nos convencía que para salir del extractivismo debíamos reforzar el extractivismo, y hacerlo ha supuesto accionar, desde la prepotencia del poder, mecanismos de opresión y violencia, no solo contra la naturaleza sino también contra los seres humanos que allí cohabitan con los seres no-humanos, es decir reforzar el extractivismo ha significado reforzar la violencia contra toda forma de vida. Por su parte, el actual presidente neoliberal también nos habla hoy de “extraer hasta la última gota” para desarrollarnos. Como todo acto religioso, la apuesta por el petróleo como un recurso ‘mesiánico’ bajado del cielo (en este caso extraído del inframundo), no ha sido más que una afirmación dogmática y un acto de fe. En el mundo terrenal de hoy podemos constatar que ha supuesto más bien traer el infierno a la Tierra a través del extractivismo, esto lo hemos podido constatar especialmente en territorios que han sido históricamente considerados como ‘sacrificables’, como sucede en diversos territorios indígenas de la Amazonía ecuatoriana: Waorani, Sapara, Cofan, Siona, Secoya, Shuar o Kichwa; o en el Parque Nacional Yasuní y el Llanganates; o en biorregiones como Intag o el Chocó Andino; o también en los páramos de Urco Fierro, Quimsacocha, y tantas comunidades y territorios más que siguen siendo amenazados por la violencia sistémica de estas actividades extractivas.

El sacrificio históricamente ha sido la entrega y renuncia más preciada que lxs humanxs han podido hacer como muestra de respeto y gratitud a sus deidades, así como para pedir permiso a los dioses para existir y vivir. El acto patriota, casi religioso, que ha supuesto la necesidad de hacer sacrificios en pos del desarrollo y el progreso, ha sido el motor del imaginario del bien y el mal en nuestra más reciente identidad nacional. En el caso ecuatoriano, la explotación petrolera ha supuesto el sacrificio de diversas formas de vida, humana y no humana, culturas, historias y sueños en pos de este imaginario desarrollista. Ya lo vimos con la decisión oficial de sacrificar a los pueblos aislados y toda forma de vida en el Yasuní, en 2013, el lugar más biodiverso del planeta entero. Las preguntas que surgen luego de vivir en carne propia el sacrificio petrolero en nuestro país son: ¿Qué bien nos ha traído cincuenta años de sacrificar la Amazonía cuando tenemos un país empobrecido, endeudado y lo que es peor, territorios vivientes moribundos? ¿Sacrificar la vida en nuestros territorios ha supuesto una garantía de vida para lxs ecuatorianxs? ¿Seguir sacrificándonos ante quién y para qué?

Evidentemente, la historia del Ecuador es también parte de una historia global, que se ha dedicado, con especial énfasis en el último siglo, a extraer como nunca antes las entrañas del inframundo y vomitarlas hacia la atmósfera del planeta a un ritmo escalofriante, tanto que se podría describir que la sociedad moderna vive una sociopatía colectiva global adicta a los combustibles fósiles y al consumo en general. Esta particular adicción al petróleo, aceleró el tiempo como nunca antes en la historia humana y planetaria, generando la peor catástrofe climática que viviremos como generación y que la sufrirán mucho más las generaciones venideras. El mundo nunca volverá a ser el mismo después de que empezó la historia del petróleo, como ya lo dijo Ontiveros (2020),
El petróleo se ha convertido en el lubricante de la historia y la política mundial (…) ¡el petróleo es la corriente subterránea de todas las historias! ¿Es posible contar algo, pensar algo, imaginar algo que excluya al petróleo hoy? ¿O estamos atrapados en esta insurrección telúrica, en las corrientes subterráneas, y las regiones inferiores distorsionadas de la tierra que hemos bombeado y propagado en la atmósfera?
No pretendo responder aquí a estas preguntas, ni siquiera busco predecir un futuro que parece casi inevitable ante la catástrofe climática que hemos generado en gran medida por la apuesta petrolera. Lo que sí quisiera es que desafiemos y nos rebelemos ante algunas concepciones que la narrativa (y la praxis sobretodo) desarrollista y progresista de los últimos siglos ha impuesto sobre nuestro imaginario social. Lo más urgente es darnos cuenta de que estamos contra el tiempo y es indispensable desafiar este discurso (casi religioso) que ha generado una sociedad adicta al petróleo y a los ‘recursos extraíbles’ de la naturaleza. Esta narrativa ha sido activada a través de la aceleración de los procesos productivos ad-infinitum, con una lógica que venera el avance tecnológico en ‘un mundo sin límites’, que ha desencadenado una sed energética que ha sido saciada hasta ahora por la explotación petrolera, pero que no durará mucho tiempo más, justamente porque vivimos en un mundo con límites. Este acto de hiperconsumo miope de las sociedades humanas, ha devenido en un presente totalmente amenazado por los límites biofísicos, e incluso espirituales, del planeta Tierra y del cosmos del cual formamos parte y que claramente mantiene un equilibrio muy frágil que estamos trastocando de manera peligrosa hoy en día. Entonces me pregunto, ¿no es momento de construir, tanto como país y como humanidad, otros imaginarios más allá del extractivismo petrolero o de cualquier otro ‘recurso’ fósil no renovable que ponga en riesgo la vida en todas sus formas?  ¿No es momento de darnos cuenta de que aquel Dorado llamado desarrollo no es más que un vehículo lleno de avaricia, corrupción y muerte que debemos abandonar como proyecto y paradigma nacional y global por el bien de la vida en todas sus formas en este planeta?

Llegadxs a esta reflexión, es importante concluir que no se trata aquí de satanizar el petróleo per se, más bien lo que se busca es evidenciar que el problema no es el medio, sino el fin. Quizás, todo ese acumulado de recursos fósiles son un reflejo del tiempo y el espacio de nuestra historia cósmica y en lugar de despilfarrarlo como un recurso ilimitado, deberíamos considerarlo sagrado por su sentido de finitud y utilidad, por lo que su uso debería ser restringido a actividades indispensables para la resiliencia de la vida planetaria. Resulta escalofriante pensar que este recurso que ha sido cultivado por millones de años y soles, lo hayamos quemado y lanzado a la atmósfera casi por completo en un abrir y cerrar de ojos en la historia cósmica, en menos de cincuenta años en nuestro país y en alrededor de una centena de años en todo el planeta. Más escalofriante aún es saber que multimillonarios queman en un solo vuelo turístico más carbono que un ciudadano promedio en toda su vida. Es indignante que un elemento tan extraordinario y único por sus cualidades, tan escaso y tan altamente volátil, sea despilfarrado por una élite mezquina y al servicio de un sistema inequitativo e injusto para la gran mayoría de seres que habitamos el planeta. Está claro que el mundo nunca volvió a ser el mismo y que el petróleo cambió a la humanidad, al tiempo y al espacio, a la Pachamama, al planeta, para siempre. 

Imaginar el futuro es quizás una de las tareas más complejas y desafiantes en nuestra época, especialmente por saber a ciencia cierta que las condiciones de vida en nuestro planeta serán cada vez más difíciles, aún si transformamos radicalmente, y de manera urgente, nuestra forma de habitarlo. Para lxs habitantes del siglo XXI resulta muy difícil imaginar un mundo sin petróleo, este atraviesa casi todas nuestras actividades y tecnologías cotidianas. Más todavía en un país como el Ecuador que casi toda su historia como república ha vivido a costa de explotar la abundancia natural que ha heredado y particularmente hemos dedicado un cuarto de nuestra historia a explotar la piedra filosofal. Hoy pensamos que un futuro sin petróleo es pura ciencia ficción, pero en Ecuador científicos nos dicen que, entre diez y quince años en el mejor de los casos, seremos un país netamente importador de combustibles fósiles. Por ello, imaginar un futuro pos-petrolero ya no es una posición ideológica, es ya una urgencia vital. 

Quizás es momento de desafiarnos y proponernos construir mundos que aún parecen ciencia ficción, pero justamente de eso se trata transformar la historia, hacer de lo real una ficción y de la ficción una realidad.  Darle la vuelta a un mundo patas arriba, como lo describió Eduardo Galeano, es momento de hacer justo lo opuesto a lo que venimos haciendo. Eso quiere decir construir un futuro donde los humanos formen parte de un ente viviente planetario, donde la solidaridad sea también ecológica y se reparen a las víctimas humanas y también a las no humanas, donde la justicia climática ya no sea una opción o un deseo sino la norma. Para ello entonces, es tiempo de sacrificar un sistema de muerte y es momento de sacralizar la vitalidad planetaria en pos de vivir bien y dignamente en la Tierra que habitamos. Como dice la autora de ciencia ficción afroestadounidense, Octavia Butler: “No hay nada nuevo bajo el sol, pero sí hay nuevos soles”.
1 Fuente de la cita de Ontiveros (2020). En formato Chicago.
2 Fuente de la cita de Butler. 

Biografía

Doctorando en Estudios sobre Desarrollo en la Universidad del País Vasco. Se dedica a la investigación-acción eco-social, particularmente en temas sobre buen vivir, ecología política, alternativas al desarrollo y gestión de conocimientos desde perspectivas decoloniales. Ha contribuido en proyectos de investigación colaborativa como el proyecto Buen Conocer / FLOK Society para diseño participativo de políticas públicas para el conocimiento. Fue asesor de despacho del Ministro de Conocimiento y Talento Humano del Gobierno de Ecuador sobre conocimiento abierto y tecnologías libres. Es miembro activo del directorio de la Fundación Kara Solar. Fue técnico social en la Estación de Monitoreo de la ITT en el Parque Nacional Yasuní. En la actualidad colabora con la Iniciativa Cuencas Sagradas en la Amazonía ecuatoriana y peruana.

OTRAS OBRAS

DESVIACIONES (DE LA LÍNEA DEL TIEMPO) PARA ESCRIBIR UNA NARRACIÓN PERSONAL DEL PETRÓLEO
-
Gabriela Ponce Padilla
SANGRE
-
María Auxiliadora Balladares
EL ORIENTE ES UN MITO: MIRADAS ARTÍSTICAS FRENTE A LA SELVA ECUATORIANA
-
Salvador Izquierdo